De qué hablamos cuando hablamos de amor
Por Kitty García
Quienes nos dedicamos al estudio y la promoción de la salud sexual, venimos desde hace un tiempo haciendo hincapié en esta frase: “La monogamia no es natural; la monogamia es cultural”. Aunque parezca que quiero “pinchar el globo” a los enamorados, es bien sabido el daño que esta idea romántica del amor para toda la vida ha causado y causa en nuestra sociedad. Los mandatos religiosos, familiares y culturales de formar una sola pareja y someterse al desamor si es necesario con tal de cumplir con el “hasta que la muerte los separe” han validado cualquier forma de vínculo, incluso los más violentos, en pos de tal situación.
Sólo el 16 % de las culturas del mundo es monógama. En otras culturas encontramos otras formas de relacionarse como: la poliginia (un varón con varias mujeres), la poliandria (una mujer con varios hombres), la poliginandria (un grupo de varones con un grupo de mujeres), la hospitalidad sexual (permitir a un huésped tener relaciones sexuales con la esposa del anfitrión), la agamia (ausencia de figura paterna o de marido), la monogamia abierta, etc. Hecha esta aclaración, podríamos preguntarnos:
¿De dónde viene el amor? La evolución del protomínido al homo amantis se produce cuando aparece el apego, es decir, la necesidad de relacionarse con la misma pareja por un determinado lapso de tiempo; es lo que hoy en día llamamos enamoramiento, o amor pasión, que dura justo lo necesario para que la madre pueda criar al niño/a, hasta que pueda valerse por sus propios pies en caso de necesitar huir -aproximadamente 2 años. Es decir que, antropológicamente hablando, es la necesidad de asegurar la supervivencia de la especie lo que hace que una pareja segregue oxitocina -hormona de enamoramiento- y desee permanecer junta.
El ser humano, desde que nace, tiene sed de piel; y este extenso órgano tiene infinidad de terminaciones nerviosas justamente para sentir la proximidad del otro/a, que le es tan necesaria.
¿Hacia dónde vamos con el amor? Cada cultura construye el amor de manera diferente.. La nuestra se ha basado durante mucho tiempo en esa idea romántica que ya he nombrado, justificada incluso desde la literatura con el “y fueron felices comiendo perdices”.
A partir de allí, ya nada es novelable. No se nos ha enseñado a construir el amor, el buen amor, de manera consciente, sana y responsable. Para muchos, esta situación puede convertirse en “ajo y agua” -muchos seguirán juntos por los hijos, los acuerdos económicos o incluso por mantener las apariencias-, para otros vendrá un día la separación, y para los privilegiados que se han dedicado a trabajar el amor día a día, vendrá el amor maduro.
Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos del amor? ¿Hablamos de compartir o hablamos de poseer? ¿Hablamos de dar o de recibir?
El verdadero amor es confluente: no posee; da y recibe por igual. El verdadero amor se nutre del respeto a la individualidad, deja un espacio para que cada quien se realice, se asienta sobre la comunicación clara y asertiva, la empatía con los procesos y emociones del otro/a. No es la ausencia de conflictos sino la capacidad de resolverlos. El amor se aprende; el amor hay que trabajarlo. Estar en pareja debe ser una elección diaria.
Los celos, la posesividad, la violencia en todas sus formas, no son amor -aunque podríamos decir que son su lado oscuro. Por último, y a modo de reflexión, les dejo esta frase que sintetiza el enorme valor de este sentimiento para todo ser humano: “El amor no tiene cura, pero es la cura de todos los males”. Leonard Cohen.