«Mi deseo es que la sangre no haya sido derramada en vano»

Tuvo a su cargo ser un nexo entre la Central de Fuego y los soldados en el campo de batalla. El instinto que les dejó la guerra: «Siempre tenemos un plan B». Cómo fue volver del infierno: «Así como charlamos ahora, un segundo después podíamos desaparecer por un bombardeo».

Apenas 19 años tenía Miguel Villordo cuando le notificaron que debía prestar servicio militar en defensa de la soberanía de las Islas Malvinas. El nacido en Resistencia de hoy 60 años recordó en diálogo con NORTE su paso por el conflicto bélico que enfrentó la Argentina contra la potencia del Reino Unido.

Miguel Villordo preside actualmente el Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvinas Chaco, ubicado en Donovan 970 de Resistencia.

«Yo estaba prestando el servicio militar obligatorio en la ciudad de Río Grande en Tierra del Fuego, en el Batallón de Infantería Marina (BIM) número 5, donde me entrenaba. Yo ya esperaba que me den de baja el 25 de mayo de 1982, pero nos sorprendió como a todos este tema del desembarco y la recuperación de las Islas Malvinas», comenta Villordo.
Con gesticulación amable, predispuesto a hablar y entrometiendo en cada parte de su historia una anécdota, Miguel asegura que tras cierto tiempo en Tierra del Fuego se había adaptado al frío.

Además, la edad fue un factor que definió muchas experiencias durante el suceso: «A nosotros nos decían ‘los chicos de la guerra’ por nuestra edad y eso nos ofendía un montón. Nosotros queríamos que nos traten como hombres».

Pasó el tiempo y Miguel, quien enviudó recientemente, tuvo tres hijos, a quienes los mira y reflexiona: «Yo los miraba a ellos cuando tenían 18 y 19 años y los veía tan diferente a lo que fuimos nosotros. Nosotros vivimos una guerra y ellos obviamente gracias a Dios no, pero esa inocencia, esa esas ganas de divertirse, de estudiar, me hace pensar que qué bueno hubiese sido que nosotros tengamos esa misma realidad en nuestra época. Sin guerra».

«Pero también tengo que dar gracias a Dios que pude volver del infierno. Yo pude volver de la guerra, pude conseguir un laburo, pude informar a una familia y pude criar a mis hijos y educarlos», completó.

Asimismo, sostiene que la familia y los amigos fueron esenciales para superar el estrés postraumático: «Cuando ya empecé a trabajar, intentaba sacarme el chip de lo que había pasado y tenía tantas ganas de vivir, de superar todo lo que te pasó. Todos tenemos estrés postraumático».

Un pesado teléfono de campaña debía portar Miguel. Junto a él el casco que utilizó en batalla con una cinta de balas de fogueo de ametralladora.

Miguel portó un fusil de 100 tiros, cuatro granadas de mano, y morteros. Sin embargo, no ejecutó a ningún militar inglés. «Yo debía velar porque estén comunicados los soldados con la Central de Fuego, porque si no sos ciego y sordo. Desde la Central nos daban las instrucciones», expone ante un pesado teléfono de campaña que debía llevar en el campo de batalla.

La muerte

En este contexto, Miguel considera que «la muerte es igual para todos, pero nosotros volvimos de una muerte tan segura, y vimos y sentimos lo que fue el horror de la batalla, el infierno». 
«Creo que es normal y natural después de haber pasado esa experiencia tan fuerte que tengamos una mirada particular de la muerte. Así como estábamos charlando ahora, un segundo después ya podíamos desaparecer por un bombardeo. Un instinto que nos dejó la guerra es que siempre tenemos un plan B para todo», comentó.

La posteridad

Finalmente, Miguel se detiene a hablar sobre el futuro. Ya han pasado 41 años de aquel conflicto bélico por la Soberanía de Malvinas, algunos compañeros suyos ya no están, y algunos recuerdos ya comienzan a verse borrosos. Pero tiene una visión con respecto a lo que anhela para el futuro vinculado a esta temática: «Lo que siempre he deseado es que la sangre derramada no haya sido en vano. La sangre derramada no se negocia. Por eso no se puede negociar la soberanía. A ellos (los británicos) les interesa demasiado todas las riquezas y recursos naturales de las Islas Malvinas».

«Yo no sé cuántos años más vamos a vivir, porque ya estamos grandecitos. Lo importante para nosotros en el concepto de la ‘malvinización’, dejarle a los chicos y a la sociedad la idea de que la soberanía no es un puntito y un límite en el mapa, sino que tiene que ver con la cultura y la independencia económica. Para llegar a esas últimas dos cosas, tenemos que trabajar muy fuertemente con la educación. Es necesario que se imparta en todos los niveles educativos el concepto y las implicancias de la soberanía nacional».