Primero se gana, después se festeja

Ser no es parecer. No se trata de simular una virtud, una capacidad o una identidad. Se trata de vivirla, de encarnarla. En el deporte, como en la vida, no alcanza con actuar como ganador: hay que ganar de verdad. Porque las apariencias no suman puntos. Y el trofeo no se entrega al que festeja primero, sino al que resiste hasta el final.
Algo de esto le pasó a Hindú Club en la final del básquet metropolitano. Todo parecía indicar que iba a reescribir su épica más reciente: remontar un 0-2 en una serie al mejor de cinco ante su clásico rival y quedarse, otra vez, con la gloria. Pero Villa San Martín tenía otros planes, y terminó celebrando en casa, con una hinchada que llevaba años esperando ese grito.
A falta de 1:35 para el cierre del último cuarto, el «Bólido Verde» ganaba por diez. La diferencia alimentaba la ilusión. El festejo anticipado del experimentado Mauro Coronel, remera o toalla en alto, serpentina incluida en el banco de los relevos, era la postal del destino que parecía ineludible.
Pero ese momento, efímero como todo lo que no está escrito en piedra, cambió en segundos. Villa apretó, Hindú se desdibujó, y el reloj emparejó lo impensado: 71 iguales y tiempo suplementario. Con cuatro jugadores afuera por cinco faltas y un bajón anímico irremontable, el desenlace se escribió solo. Parcial de 8-4 para el local en la prórroga, final 79 a 74, y un título que por fin encontró dueño tras años de espera.

En lo estadístico, un parcial de +15 para el Tricolor en apenas seis minutos y medio. En lo emocional, un espaldarazo para un equipo que llegó invicto a la final, con trece victorias consecutivas, más las dos primeras de esta serie decisiva. Incluso había salido airoso de un tiempo extra en el segundo juego. Todo parecía alineado para otro «milagro verde«, como el del año pasado cuando, tras ir 0-2, Hindú lo dio vuelta 3-2. Pero esta vez no. Villa no repitió errores. Y en Saavedra 135 se gritó campeón.

Quedarán, claro, temas para el debate: la diferencia de presupuestos entre los equipos que llegaron a la cita final y la brecha con el resto de los competidores; o el nivel de un arbitraje que a veces navega entre la mediocridad y el ego inflado. Pero más allá de lo táctico o lo dirigencial, la enseñanza es clara. En el básquet, como en la vida, no hay victoria asegurada hasta la bocina final. El ejemplo del sábado pasado lo reafirma. Por eso, una vez más, vale recordarlo: primero se gana, después se festeja .

Por Guillermo Koster
Redactor